lunes, 18 de julio de 2011

Chicken bus o bus de segunda

"Así que vinisteis en un 'chicken bus'", dijo uno de los americanos que conocimos en Tilapita. "¿Un qué?", dije yo, pensando que aquello era una broma. "Un 'chicken bus', esos buses de 2ª clase que van parando todo el tiempo y llevan a mucha gente", aclaró. Pues sí, habíamos llegado no en uno, sino en dos "chicken buses" o bus del pollo, si lo traducimos literalmente. Y bien orgullosas. Habíamos pagado 26 quetzales mientras que ese grupo de americanos habían pagado 150 quetzales cada uno por un autobús privado. Y habíamos llegado en apenas 4 horas, no mucho más que ellos. Y habíamos disfrutado del paisaje, del cambio del frío del Altiplano al calor de Coatepeque y al bochorno de Tilapa y del ambiente pintoresco del bus. Habíamos estado apretadas en el primer bus, porque una vez se llenan los bancos donde teóricamente van dos personas, pues viene una tercera y te pide si se puede sentar en el borde del banco. Pues te apretas contra la ventana o con el de al lado y esa tercera persona se sienta. A nadie se le dice que no puede subir a un "chicken bus" o bus extraurbano. De hecho, los "chillones" o copilotos o cobradores gritan: "Señores, donde caben tres caben cuatro". Y yo pensaba: "No, donde cabían dos han cabido tres con mucho esfuerzo, pero no van a caber cuatro, eso seguro". Me equivocaba, el "chillón" tenía razón. La vuelta a casa no fue tan pintoresca. O mejor dicho, fue demasiado pintoresca. Yo no me escapé muy mal. Sólo estuve enlatada entre dos señores, mi respaldo y el de delante, donde se clavaban mis rodillas, durante un rato. Pero Jair pudo experimentar la verdadera razón por la cual se le llama "el bus del pollo". Viajó con una señora y su hija al lado. Y la señora llevaba una gallina y la niña un pollo. Vivos, sí, y envueltos en trapos. Digamos que mi pobre Jair no tuvo el mejor viaje de su vida. Tenía que controlar que las aves no le picaran, porque las tenía encima. Cuando la niña se sentó a mi lado durante una parada observé al pollo y a la niña, que le daba frutos secos para comer. Pensé que de alguna manera la escena era entrañable. Le iba a preguntar cómo se llamaba el pollo. Pero un momento de lucidez me invadió y me di cuenta de que probablemente el pollo acabaría desplomado y en la cazuela tan rápido como comiera una bolsa de aquellas de frutos secos. Como tantos otros antes y tantos otros después de aquel pollito. Así que me contuve. Más valía.

De mientras, esperando que el conductor del autobús volviera a retomar la marcha cuando le pareciera más adecuado, la niña iba tirando toda la basura que generaba por la ventana. También me cruzó por la cabeza llamarle la atención, decirle que no se debe tirar basura a la calle. Suerte que me contuve. Todo el mundo lo hacía. Botellas, pieles de la fruta, bolsas, bandejas... No importa, cualquier cosa. Su madre (o abuela, quién sabe) hacía lo mismo, la chica de delante hacía lo mismo, el chico del otro lado igual... Y entonces, en esa parada, vimos a través del cristal entrar en escena a un hombre con un camisón de mujer que iba jugando con una botella de plástico de coca-cola partida por la mitad y una pelota. Lanzaba la pelota al aire y la recogía otra vez con la media botella. Se trataba que no cayera al suelo, claro. Pensé que estaba perturbado o que estaba borracho o ambas cosas. Quizás así se pensaba que hacía malabares y pedía dinero. Pero no, mientras llevaba a cabo su pasatiempo recogía los desperdicios que podía aprovechar, reciclar o revender (no lo sé) de la gente que los tiraba por la ventanilla del autobús. Entonces sí se agachaba. La pelota, sin embargo, seguía protegida en la botella, claro. No se valía que cayera.

También entraban docenas de personas en los buses para vender comida o bebida. Niños muy pequeños vendiendo caramelos, muchachas ofreciendo chuchos o panizos de maíz, hombres con cubos de bebidas frías... No sólo subían y bajaban cuando el bus estaba parado; también lo hacían mientras estaba en movimiento. Así se optimiza el tiempo, supongo. Y no sólo subían personas para vender, sino también para explicar su historia y pedir limosna. Los que más me impactaron fue un deportado de Honduras que pedía dinero para poder comer y seguir su viaje y un señor a quien habían operado del intestino que pedía dinero para comprarse una bolsa "colectora" nueva. Algunos pasajeros tampoco se quedaban cortos. Un señor que no paraba de cantar las canciones de Galaxia La Picosa (sí, ese es el nombre del Kiss fm guatemalteco) le dijo a Jair que le gustaban sus gafas, que por cuánto se las vendía. Nótese que las gafas son rosas. Jair le dijo que si se las vendía no vería. Fue todo bastante civilizado, aunque el "chillón" o copiloto o cobrador del bus le colocó a otro hombre al lado para que se entretuviera hablando con él y no nos molestara a nosotras. Funcionó, pero este otro hombre acabó harto. Normal.

Pero aún no he hablado del paisaje. Se ve que el sábado a primera hora es el momento de la colada. Los paisajes de las zonas civilizadas estaban decorados y abarrotados por ropa y más ropa "tendida". Pero es que no sólo estaba tendida en cuerdas, cables o vallas. La ropa estaba esparcida por los tejados de las casas. Tejados que no eran azoteas, sino cubiertas con tejas. Alguien había subido por una escalera de mano a esparcir la ropa por allí. O incluso la ropa estaba esparcida por la colina. El día se lo merecía, supongo. Hacía sol.

Y tampoco he hablado del destino final: el Hotel Pacífico. El nombre le iba como anillo al dedo, claro. A orillas del Océano Pacífico y muy muy pacífico. Quizás un poco menos cuando llegaron un grupo de gente autóctona justo antes del último penalty del partido Argentina-Uruguay, preguntaron cómo iba el partido, les dije que si marcaba ese gol Uruguay ganaba y se pusieron a gritar de alegría y a insultar al personal cuando Argentina cayó eliminada. Yo, la verdad, me sentía un poco indignada por Messi. Pero no dije nada, claro. También armaron algo de jaleo después. Pero soportable. Por lo demás el hotel estaba invadido de americanos que están en Guatemala aprendiendo español, haciendo de voluntarios y/o viajando. El dueño se pensó que nosotras también éramos americanas, pero que habíamos aprendido español en España. Se ve que no tenemos cara de españolas. O que hablando inglés damos el pego. A mí, sin embargo, me dijo un americano muy materialista, que dejó claro como mínimo quince veces que tenía dos másters, que nos explicó que su novia era la asistente de Steven Spielberg y que decidió en la noche del sábado al domingo que en cuanto volviera a Chicago iba a coger el primer avión a Londres y le iba a pedir matrimonio a la chica en cuestión, me dijo que mi gran problema era mi acento, que él me entendía porque hacía un esfuerzo, porque era profesor y tenía mucha paciencia. Que tenía un acento tan fuerte que costaba entenderme pero que mi inglés era muy bueno, por supuesto. Vale, gracias. Aunque su opinión puede que ya no sea la misma, ya que la cambia constantemente. Al cabo de dos horas de decirnos que iba a ir directo a Londres a declararse a la chica, estaba diciendo que antes iría a Las Vegas a apostar sus últimos 5000 dólares jugando a póker. No pasaremos pena por él: dejó claro unas cuantas veces que era bueno al póker y que había ganado mucho dinero. Ahora lo iba a dejar porque a su novia no le gustaba que apostara. E iba a empezar un nuevo capítulo en su vida, estaba preparado, la chica lo valía. Ah, eso sí, en ese lapso de dos horas también cambió de opinión en cuanto al precio del anillo de compromiso que le iba a comprar a la novia. Empezó por 37.500 dólares y acabó en 10.000. Reiteró que la boda sería sencilla: una barbacoa en el parque. Ok, bro, lo que tú digas. Tengo su email para poder preguntarle qué pasa finalmente. Yo auguro que o se casa por todo lo alto o la novia, la mujer de su vida, le deja antes. Demasiado... inestable. Ah, sí, decidió que yo tenía que ser juez y me preguntó que cuándo empezaba a estudiar derecho. Mañana mismo.

Por lo demás la experiencia en la playa fue muy relajante. La playa no era como las de aquí. Estaba vacía, tenía la arena negra, el agua estaba caliente y muy revuelta y había un montón de ONIs (Objentos no identificados, según Jair), que vendrían a ser troncos, algas y basura, principalmente. Me vino a la cabeza el nombre de uno de los 29 partidos políticos que se presenta a las elecciones de este otoño, con siglas CREO, que significan Compromiso, Renovación y Orden, y la frase de Jair cuando las leímos: "Compromiso y renovación no sé, pero orden seguro que no consigue. Pero tampoco sé por qué se empeña en el orden. El desorden es parte del atractivo del país". Exactamente.

1 comentario:

  1. ¡¡WOW!! Ya veo que os lo estáis pasando muy bien y saboreando la vida autóctona en su pleno esplendor. ¡Qué envidia...(sana, claro)!
    Besicos de la "tieta" Rose

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