domingo, 7 de agosto de 2011

No me pises que llevo chanclas

Jueves, 4 de agosto, noche

El salón de belleza es uno más de los ritos por los que hay que pasar para conocer un país, para entender toda su complejidad. O de esta manera nos convencimos a nosotras mismas para "complacernos" (como aquí dicen) y gastarnos el dinero en una pedicura (Jair) y una depilación de cejas (Lidia). Resulta que la cuñada de Cecilia es estilista y fuimos a su centro. Habíamos pedido hora a las 17h, porque según nos dijo cerraba a las 18h. Allí estábamos puntuales, pero esperamos una hora. No importó. "¿Qué otra cosa más interesante que estudiar el funcionamiento de un centro de estética de otro país?". No tenía mucha relación con la artesanía, aunque se la intenté buscar... Nada, imposible justificar. Bueno, ¿qué más da? Estamos experimentando el famoso ritmo caribeño, aunque estemos en la vertiente del Pacífico. Entonces Jair empezó con su pedicura. Como yo vi que iba para largo, fui a buscar la colada a la lavandería. Volví y aún duraba. Finalmente llegó mi turno, algo menos placentero que el de Jair. Ya eran las 19h y la cuñada de Cecilia me preguntó: "¿Tú no quieres que te haga también la "pedicure"?". "No, yo no, que ya es muy tarde. Otro día". En Barcelona nos hubieran echado de allí hacía rato, "que ya es hora de plegar"... Pero allí estaba Jair preocupada por sus uñas. No sabía si calzarse sus calcetines y bambas por si se le echaba a perder la "pedicure". "No se preocupe, yo le doy unas chanclas", dijo nuestra nueva estilista. "No, no hace falta", dijo Jair. "Sí, sí, ¿qué color prefiere?". Jair prefirió el verde. ¿Cómo iba a decir que no a unas chanclas verdes tan simpáticas?










Antes esa tarde yo había estado en la biblioteca de la Universidad Rafael Landívar (atención: URL, como en casa) estudiando Fianzas II. Las bibliotecarias son señoras que van allí a cotillear un rato. Hablaban en un tono que permitía oír a todos los estudiantes allí reunidos cada frase de la conversación. Me cansé rápido y decidí volver a casa, donde me esperaba Jair sin dejarme entrar en la cocina. "Estará preparando algo que no quiera que yo vea... Es mi santo hoy... ¿Me complacerá con un pastel?", pensé. Así fue, y después de cenar fantásticamente en un restaurante árabe (pagaba Esade), comimos el bizcocho con mi nombre compuesto con Lacasitos. Me hizo mucha ilusión y estaba buenísimo. También bebimos mojitos, cortesía de Jair. Don Nacho se había encargado de comprar la menta en el mercado. Por lo que contó fue una de las experiencias más aterradoras de la vida... Como siempre, todo el mundo quería atracarlo. Luego no pasa nunca nada, pero la intención está ahí. O eso dice él.










Para acabar la celebración de Santa Lidia fuimos a La Parranda, cómo no. Allí estábamos rodeados de muchos guiris y de muchos guatemaltecos. De mucha gente, en definitiva. Mis compañeros no podían entender cómo la gente pretendía bailar salsa. Pero lo hacían, con los pisotones y empujones consecuentes. Estuvimos muy bien, pero no pudimos evitar que viniera un hombre a bailar con nosotras. Cuál fue nuestra sorpresa cuando le pregunta a Nacho si puede bailar con nosotras... "Pregúntale a ellas". La cara de Jair le indicó la respuesta. No bailó con nosotras, pero habló largo y tendido con Nacho sobre fútbol y sobre lo agradecido que era que viniéramos a ayudar. Parece ser que era majo.

El que era majo era Don Felipe, de Copacat. Habíamos estado visitando durante la mañana una cooperativa de cerámica y el artesano que nos dio las explicaciones oportunas era de lo más agradable. Es una pena que, como él dice, su oficio esté en peligro de extinción. "Los jóvenes quieren trabajos donde no se manchen". Es algo universal.


Antes habíamos estado en Copavic, cooperativa de vidrio soplado. Es un lugar con hornos a 1700ºC donde las medidas de seguridad brillan por su ausencia… Además los artesanos van vestidos como si fueran de paseo: camisas, camisetas de marca… Los uniformes, los guantes, las gafas y todo este material superfluo e innecesario no se lleva. Pregunté por las medidas de seguridad: “Fíjese que no hay normas así escritas… Pero el primer día que un artesano viene aquí se le dan unos consejos, pues”. Ah, bueno, entonces nada.












Ahora que hemos visitado cuatro cooperativas nos hemos dado cuenta de unos cuantos aspectos: (1) la artesanía que no sea textil, que también coincide con aquella producida por los hombres (cestería, cerámica y vidrio soplado), está condenada a extinguirse en Guatemala, (2) los artesanos producen los diseños que los clientes les piden, pero no pueden ir por delante de la demanda del mercado porque no tienen a nadie que diseñe para ellos y (3) las cooperativas están en un momento de pocos recursos porque no entran pedidos y como consecuencia la contratación y la capacitación/asistencia técnica/formación ahora “se hace muy poquito”, lo cual hace más complicado seguir adelante.

Hoy, después de un duro día de sacar conclusiones, nuestra querida Rosa nos ha dado la mejor sorpresa posible. Se ve que estaba muy contenta de haber acabado su curso de Estadística en la URL (y que nos quiere como a sus hijos) porque ha comprado los ingredientes necesarios y nos ha hecho una tortilla de patatas. Ha sido algo muy grande. Yo estaba tan emocionada y muerta de hambre que ni siquiera he pensado en tomar una foto. Me he acordado cuando ya no quedaba tortilla. Pero es cierto, hay más testigos.

Acabaré con un par de grandes fotos. La primera es de la celebración de ayer de mi santo y la segunda es de la celebración de hoy de que ha venido a Xela Susana, una ex alumna de Esade que estuvo en su día en Guatemala, aunque no salga en la foto, y hemos ido a tomar algo con ella y sus amigos de aquí, que eran todos vascos y catalanes. Me ha gustado encontrar un grupo de “españoles” (primera frase: “Yo no soy español, soy vasco”) y descubrir el punto de encuentro de los guiris (gringos) de Xela, un restaurante indio. Ha sido bastante surrealista hablar sobre la culpa que tenemos los españoles de que en Guatemala sigan estando tan subordinados a la religión por haber venido a colonizar hace 500 años, pero sobre todo discutir sobre las bondades de Gadaffi, que según algunas personas tiene varias. “¿Tú has visto los cráteres?”, nos ha preguntado uno. Yo no le he respondido porque no los he visto, pero es que Nacho no le ha contestado no por falta de ganas, sino porque se pensaba que hablaba de un reportaje del National Geographic… Suerte que le estamos abriendo los ojos aquí entre la Pociello y la Magán, tal y como él nos llama. Aviso a Lourdes (madre de Nacho): va a volver hecho un hombre. Pero la frase que ha hecho saltar a nuestro querido Nacho finalmente ha sido: “Si tengo que elegir entre Obama y Gadaffi, ya te digo que me quedo con Gadaffi”. Allá tú / Pasapalabra.
















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